martes, 29 de julio de 2014

Buenas Nuevas

Salmo 63:1

Salmo de David, cuando estaba en el desierto de Judá.
" Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta." 


He tenido la oportunidad de reflexionar sobre un tema, que por una parte me inquieta mucho,  y por otra me produce verdadero escalofrío, cuando pienso que no estamos exentos de caer en él. Y por el contrario, es relativamente fácil que esa situación, llegara algún día a afectarnos, y estropear nuestra relación con Dios.

Se trata de la pérdida de la pasión por Dios, que lleva a la tibieza espiritual, y a una frialdad del corazón.

Una sociedad, como en la que estamos, cada día muestra más signos de indiferencia por Dios y por los demás. Una falta de solidaridad por el hermano, por el vecino. También cada día muestra una especie de aburrición y falta de entrega por la familia, por la relaciones de pareja, por los hijos.

En fin, y sin que esto vaya a sonar a falta de esperanza, o a queja, hay muchas cosas por hacer para no llegar a esa situación. A perder la pasión y dañar nuestra relación con Dios.

La pasión, combustible del corazón

La pasión es el combustible, que mantiene ardiente nuestro corazón, para enamorarnos más de Cristo. Para que tengamos la suficiente fuerza, para darlo todo.
Absolutamente todo de nuestra parte, para que otras personas, pongan su mirada en Dios, y se enamoren cada día más de Dios.
Por eso es tan, tan importante, que mantengamos viva esa llama de la pasión. Por nuestro Creador. Por Cristo, nuestro Salvador.
Yo no me imagino un día, sin que esa pasión, sea la que nos mantenga en pié y nos permita hacer las cosas, que Dios quiere que hagamos.
Si eso me llegare a suceder un día, creo que sentiría ese escalofrío aterrador, que creo me helaría el corazón.

La pasión es una decisión, no una obligación.

Cristo se entregó por ti. Enamorado de ti. Apasionado por ti. Y en eso no hay nada, absolutamente nada que lo supere.  Pero se nos olvida, a veces muy fácilmente, la pasión con la que Cristo, entregó su vida, por cada uno de nosotros.
Y también, ocasiones, se nos pasa por alto, ese amor infinito, apasionado, que nos regala Dios, cada día, cuando permite que disfrutemos de su misericordia, que no merecíamos, de su bondad, de sus bendiciones.

Entonces, ¿Cual es la pasión que no debemos dejar perder de vista ningún día de nuestras vidas?
Es la pasión por Dios mismo.  No por las cosas que Dios nos regala. Esa sería una falsa pasión, interesada. Sin ningún valor, ante los ojos de Dios.

Esa pasión esta relatada, en el Salmo 63 de los versículos 1 al 8

Salmo 63:1

Salmo de David, cuando estaba en el desierto de Judá.

Oh Dios, tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela, cual tierra seca, extenuada y sedienta.
Salmo 63:2  Te he visto en el santuario y he contemplado tu poder y tu gloria.
Salmo 63:3  Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán.
Salmo 63:4  Te bendeciré mientras viva, y alzando mis manos te invocaré.
Salmo 63:5  Mi alma quedará satisfecha como de un suculento banquete, y con labios jubilosos te alabará mi boca.
Salmo 63:6  En mi lecho me acuerdo de ti; pienso en ti toda la noche.
Salmo 63:7  A la sombra de tus alas cantaré, porque tú eres mi ayuda.
Salmo 63:8  Mi alma se aferra a ti; tu mano derecha me sostiene.

Hoy es un día para apasionarnos por Dios. Para amarlo totalmente. 100%

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